Restaurante El Zaguán, cocina catalana en Becerril de la Sierra, Madrid

En las últimas semanas me he dado cuenta de que a la hora de salir a comer tenía una ruta ya establecida que me llevaba siempre en la misma dirección, dejando olvidados los pueblos de la Sierra Norte que tengo muy cerca de casa. Dispuesta a cambiar de tercio, he dado un giro a esta tendencia, y cada fin de semana busco un lugar a descubrir en alguno de esos pueblos. Este fin de semana mi búsqueda me llevó a Becerril de la Sierra, al restaurante El Zaguán, una casa con referencias catalanas en su carta.

El restaurante ocupa un antiguo pajar a dos alturas con paredes de piedra y techo y vigas de madera, un lugar muy acogedor con un ambiente cálido: mesas amplias, sillas cómodas y una iluminación con velas que apoya la luz que entra por las ventanas. Ya a la mesa, después de una acogida muy agradable, revisamos la amplia carta, con platos típicos catalanes y otros de creación propia.

El comedor estaba atendido por una sola persona, con una sonrisa radiante y una estupenda disposición que hacían olvidar cualquier mínima espera. Un aperitivo de pan tostado y tapenade nos entretuvo mientras ordenaban nuestra comanda. A la hora de pedir, recibimos recomendaciones sobre la cantidad de comida escogida, un detalle amable y de confianza que siempre se agradece.

Compartimos primeros platos, empezando por un pan tomaca delicioso, muy bien preparado sobre un pan riquísimo, que llegó a la mesa cortado en cuatro trozos, presto para compartir por dos personas. Tras este plato, atacamos la esqueixada, bien presentada y mejor aliñada, de la que no quedó ni miga en la plato.

Tras estas dos delicias nos quedaba una suave sorpresa, las papas arrugás con mojos canarios. Confieso que dudé al pedirlas, pues es un plato que me encanta, pero que no siempre sale todo lo bueno que debiera. Una vez en la mesa, todo apuntaba a que iban a estar buenas, muy buenas. Y así fue, servidas con mojo picón y de cilantro, estaban muy bien resueltas, suaves y bien cocidas y con una piel tierna y ligeramente salada. Las hicimos desaparecer poco a poco con cariño, y también con pena, para qué negarlo.

El pan que acompañaba la comida venía dentro de un cesto, arrullado por un paño de hilo. Grandes trozos de hogaza cortados y ligeramente tostados con una miga suave hicieron que pidiéramos una segunda cesta. De segundo escogí una de las sugerencias, hojaldre de aves, un plato que consiguió despertar mi curiosidad. Original y bueno: tres tipos de ave diferentes unidos por una reducción y servidos en hojaldre con un hilo de salsa de maracuyá.

Mi acompañante tomó un contundente entrecot de choto, del que quedó satisfecho. Yo probé un trozo y la carne estaba muy tierna y sabrosa.

A los postres, una torrija caramelizada y un postre El Zaguán, un bloque de helado de vainilla con chocolate y crema catalana. Tras estos, nos fallaron los cafés, pues no sirven descafeinado de máquina. Con un vino Gran Colegiata crianza 2004 de Toro, la cuenta final fue de 45 euros por persona. Un lugar para volver, apuntado queda en mi agenda.