El tema de las reservas en los restaurantes siempre me ha hecho reflexionar. Hasta para reservar una pieza en un servicio técnico te piden una señal, no sea que cambies de opinión y les dejes empantanados con un fleje que nadie necesita, y cuyo coste, muchas veces ínfimo, tendrán que cubrir ellos.
Pero si analizamos el funcionamiento de las reservas de los restaurantes, vemos cómo con tan solo un telefonazo o un correo electrónico podemos reservar mesa, ya no para dos, sino para diez, veinte o cuarenta personas. Y ante este hecho no nos sentimos vinculados más allá de nuestras necesidades más inmediatas, que pueden variar por una lluvia imprevista, un atasco o simple pereza.
En los restaurantes son complacientes y nos piden a cambio (no en todos), un número telefónico de contacto al que llamar si la cita se dilata. Poca cosa como fianza, ya que con no contestar o dar mil excusas, el comensal descuidado soluciona de un plumazo el problema. Y no es de recibo que la caja de un local se vea afectada por la informalidad de algunos que toman el tema a la ligera.
Desde las páginas de ADN hemos tenido conocimiento de que en algunos restaurantes madrileños se empieza a cobrar una fianza a la hora de hacer una reserva, un tema que puede provocar debate, pero que bien mirado es comprensible, sobre todo en ciertos establecimientos que ofrecen menús de degustación muy elaborados, que requieren una esmerada compra y preparación previa.
Hace ya unos años, esta práctica se empezó a instaurar en algunos restaurantes de Barcelona, y en la actualidad es la capital la que al parecer empieza a seguir tímidamente sus pasos.
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