Para muchos, los pueblos medievales son escenarios necesarios de un fin de semana de desconexión aunque no tengan el más mínimo interés en profundizar cómo se vivía en aquella época tan dura de la historia.
Ciertamente, no es necesario ser historiador para poder disfrutar de lo que este tipo de pueblos ofrecen, ya que salta a la vista la belleza de sus calles y la rusticidad de sus materiales y técnicas constructivas en piedra que todavía hoy nos maravillan por su tesón.
Y afortunadamente España está llena de este tipo de villas, pueblos y localidades con vestigios de algún momento de aquella era que, no en vano, se prolongó durante más de diez siglos dejando numerosas muestras de su naturaleza e idiosincrasia por todos los rincones.
Ahora bien, no todos estos vestigios son igualmente admirables y algunos sobresalen por su majestuosidad o, simplemente, por un estado de conservación excepcional, así como por ser pintorescos.
Es el caso de un pueblo a una hora de Barcelona que no tiene nada que envidiarle a los más conocidos de Taüll y de Mura. Esta localidad se encuentra en la volcánica comarca de la Garrotxa y es como un tranquilo pero mágico cuento de hadas.
Se trata de Santa Pau, con un entorno natural entre montañas que abraza su tranquilidad, y un interior de lo más soberbio, con piedra medieval por todos los costados que forra las callejuelas envolviendo al visitante en un imaginario integrado por estandartes y capas medievales.
Aparte del testigo de la piedra, la historia se hace presente aquí por una iglesia, la de Santa María, que junto a restos de antiguas fortificaciones revelan un apasionante pasado que se da la mano con un paisaje de lo más exuberante.
De hecho, este es uno de los distintivos de este pueblo medieval y un punto fuerte en el que no tiene rival. Su encaje entre montañas y frondosos bosques que retienen muy bien la humedad se combinan con saltos de agua como el Salt de Can Batlle, estupendo paraje para una excursión.
Mención aparte merecen sus famosísimos productos gastronómicos: la butifarra y, sobre todo, los fesols de Santa Pau: las alubias autóctonas que todo catalán de bien querría en su mesa.
Foto | Visitsantapau