Hace mucho tiempo vi una fotografía de unas brochetas de carne en las que más que la pitanza me llamó la atención el artilugio en sí. Acostumbrada a los anodinos pinchos de metal, esos que todos tenemos en casa acabados en una circunferencia, o aún peor, los de madera que son como un palillo gigante, aquellas brochetas me parecieron una obra de arte. Cada una de ellas acababa en una figura animal diferente, moldeadas en metal con sumo gusto, y el resultado, una vez presentada la comida en el plato, era de un acabado excelente.
Desde entonces me he vuelto loca buscando algo parecido, con nulo éxito por cierto. Cada vez que entro en una tienda o almacén de esos que venden cacharros de cocina, me pongo a buscar brochetas ilustradas y solo encuentro palillos enormes o pequeños espadines sin pena ni gloria. He llegado a la conclusión de que estos artilugios son la clase obrera de los trastos de cocina; mientras los cubiertos se lomanizan más y más con diseños imposibles, algunos cargados de premios, las fábricas de brochetas se sumen en el aburrimiento más atroz.
Navegando por ahí he encontrado algo parecido al objeto de mis sueños, unas brochetas cuyas cabecitas lucen figuras vegetales: una mazorca, un pimiento, una alcachofa y un champiñón. Son de Wiliams Sonoma, para mí desde hoy benefactores de causas perdidas brochetiles, y a los que no puedo sino venerar y hacer la ola.
No cejo en mi empeño, algún día el segundo cajón bajo la encimera de mi cocina rebosará de brochetas bonitas. Y ustedes que lo vean.
Imagen vía | Williams Sonoma
En Directo al Paladar | Brochetas de solomillo ibérico y verduras. Receta