Tácita infidelidad

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Hoy quiero abrirme a ustedes, quiero contarles un acto de infidelidad que consumé de manera flagrante el sábado pasado.

No se alarmen, les hablo de infidelidad, no de adulterio, y maneras de ser infiel sin ser un adúltero hay muchas. Les cuento la mía. El sábado pasado, cuando la tarde comenzaba a languidecer acudí al Corte Inglés a hacer las compras para sobrellevar el largo fin de semana (el lunes era festivo) que se avecinaba.

Sin proponérmelo quedé cautivado en la zona de vinos por el dorado amarillo del contenido de una botella tokaji y casi sin darme cuenta pero con la intensidad y sentimiento de quien acaricia el cabello de una persona que no es su pareja, la introduje en el carro de la compra. Acababa de comenzar a gestarse mi infidelidad, pero no me detendría ahí no, una vez dado el primer paso debería consumarlo de manera plena.


Así que, sin un mínimo atisbo de remordimiento, me dirigí a la zona de librería, durante un rato revisé las brillantes y coloristas portadas de los libros más populares y me decidí por “el símbolo perdido“, la última de Dan Brown. No obstante seguí ojeando entre las grandes estanterías de libros y me detuve para coger otro que no llamaba especialmente la atención por nada, era de un autor desconocido, pero me gustó su título “Cada 5 de Diciembre” y me gustó su portada era un dibujo desde la altura de un parque que me resultaba familiar, así que lo cogí también.

Ya de vuelta a casa guardé con sumo cuidado el tokay en la nevera y apilé de manera descuidada los libros en la librería del salón para que pasaran desapercibidos.

Llegó la noche y poco a poco las personas que cohabitan conmigo se van acostando. “-¿Vienes a la cama cariño? -humm, quita, quita, con lo interesante que está ahora el sálvame de luxe, iré enseguida”. La excusa está lanzada, ya no hay marcha atrás, el corazón me bombea muy deprisa, se dispara la adrenalina, vaya, no está tan mal esto de la infidelidad.

Completamente sólo y con la impunidad que me concede la nocturnidad voy a la nevera y extraigo la botella que había escondido convenientemente, de repente, oigo un ruido proveniente de la habitación, “ya está, me han pillado” pienso, y me quedo completamente inmóvil con la botella en la mano, con la respiración entrecortada fruto de la angustiosa situación. Pero no ocurre nada, falsa alarma, todo sigue en silencio. Respiro aliviado y vuelvo al salón.

Ya en el salón doy forma en mi mente a la infidelidad que voy a cometer. Presa de un egoísmo exacerbado guardo celosamente ciertos momentos sólo para mí, momentos que no comparto con nadie (bueno, ahora con ustedes pero espero que sepan guardarme el secreto), sólo con mi amante ocasional (en esta ocasión fue una dulce rubia de Tokay, pero otras es una morena sirah, o una pizpireta y chispeante botella de cava o… sip, lo reconozco, soy un promiscuo vitivinícola).

Con las prisas de un amante inexperto abro sin ningún tipo de cuidado la botella y vierto una pequeña parte del contenido en la copa que me apresuro a engullir “pero que haces (pienso) has hecho esto muchas veces antes, no te comportes como un adolescente, hazlo bien, hazlo despacio, hazlo con suavidad” y así lo hago, despacio, dándole tiempo al rey de vinos para que se atempere con la temperatura de la sala.

Mientras esto ocurre, cojo los libros comprados, me da la impresión que Dan brown necesita algo más viril, más sobrio que el tokay y me decanto por cada 5 de Diciembre, no se, pero me intriga saber que pasará ese día.

amantes


Comienzo a leer el libro a la vez que los aromas del tokay comienzan a desplegarse ante mi, narra la relación de un hombre y una mujer cada uno con su propia familia, que se conocen por casualidad y entre ambos se forma un vínculo muy especial. La relación entre el vino y el libro promete.

El libro lentamente deshoja una relación de infidelidad, dos personas que mantienen una relación al margen de sus propias vidas familiares, pero va desgranando la historia con una dulzura que conmueve, se afana en retratar situaciones y personas con un lujo de detalles que se acaba instaurando en tu memoria como si de un recuerdo propio se tratase, hace que te acabes enamorando de la Eva de la historia y que sientas compasión por el dolor del autor. Una historia tan dulce y amarga a la vez como el propio vino con el que la acompaño.

A la vez que acabo la botella de vino comienza a clarear el día, aún me queda la mitad del libro que me tiene totalmente absorto pero ya sé que tengo que despedirme de mi compañera de noche.

La llegada de la luz del día transforma la infiel experiencia en algo reprobable, reprochable, así que me esmero en borrar las huellas nocturnas con el afán del que intenta retirar la marca de un pintalabios del cuello blanco de la camisa: copa limpia, libros guardados, cenicero limpio, ya está, un último vistazo para asegurarme y… lo sabía, se me olvidaba el sacacorchos con el corcho aún insertado, menos mal, la experiencia me hace ser precavido.

Para finalizar guardo el libro, sé que no volveré a cogerlo hasta que tenga otra oportunidad de infidelidad, me asusta pensar que al leerlo sin una ocasión especial, sin un acompañante como la rubia húngara de la noche anterior me sorprenda una lectura más vulgar, más mediocre de lo que creo. Me da miedo que mi dulce amante se convierta con el día en menos atractiva, en más convencional, así que esperaré, tengo paciencia, aguardaré al momento ideal para poder retomar su lectura, quien sabe, quizás sea el 5 de Diciembre.

“-¿Cariño que tal anoche, que viste en la tele? -Estooooo, nada nuevo, la Belén Esteban volvió con Jesulín, lo de siempre”.

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