¿Nunca te has planteado como te las apañarías en un mundo post apocalíptico en el que tuvieras que hacer todo por ti mismo? No estoy hablando de cocinar tu propio pan o la masa de una pizza, sino cultivar los tomates, ordeñar una vaca, hacer el queso... en fin, todo, desde cero.
Eso es exactamente lo que se planteó Andy George para su show "How to make everything" (Literalmente, Cómo hacer todo) y tuvo que invertir seis meses de su vida y 1.500 dólares para conseguir prepararse un sándwich de pollo que, esperemos, sea lo mejor que hayan catado sus papilas gustativas.
¿Por qué hacen falta seis meses para hacer un sándwich?
Para conseguir montar su sándwich, George tuvo que plantar un huerto en el que cultivar tomates, ajos, pepinillos y cebollas. También tuvo que viajar al océano para conseguir agua a partir de la que obtener sal, ordeñar una vaca para elaborar su propio queso y mantequilla, recoger trigo y molerlo para conseguir harina...
Todo eso sin olvidar el momento más traumático: sacrificar a un pollo, o como él mismo titula en el vídeo, cometer un asesinato. Y es que no es lo mismo comprar una bandeja de pechugas en el supermercado (o pedírselas al carnicero) que ser uno mismo el que degolle al animal y vea como aún sin cabeza mueve sus alas a lo loco.
Os invito a que no sólo veáis este vídeo que resume todo el proceso, incluido el momento en el que finalmente prueba el sándwich (solo por eso merece la pena verlo hasta el final) sino también la serie completa en el que explica cada capítulo detalladamente, porque es extremadamente interesante.
El placer de comer lo que hemos cultivado
Estamos tan acostumbrados a un mundo en el que los trabajos se han especializado tanto, y los alimentos nos llegan tan procesados, que
a veces se nos olvida lo que las cosas cuestan de hacer, y tampoco las valoramos en su justa medida.
Tal vez su sándwich no sea el mejor del mundo, incluso es probable que podamos conseguir preparar uno mejor en pocos minutos con cosas que compremos en el supermercado, pero creo que la satisfacción de comer algo en lo que hemos estado involucrados no es comparable, sino algo independiente al sabor.
No sé, a mi las ensaladas me saben mejor si sé que los tomates son de mi pequeño huerto urbano y disfruto mucho más de un pesto si la albahaca la acabo de cortar de su maceta y no la he sacado de una bolsa de plástico. Es algo que tiene más que ver con la misma emoción que siento cuando veo la cocina de mi padre o la mía, que montamos entre los dos. Hay sentimientos, historias y recuerdos ligados a cada mordisco, y eso no se puede comprar.
Desde luego, no digo que debamos volver a una economía de subsistencia en el que cada uno deba cultivar y producir lo que necesite, porque la especialización y el comercio es lo que ha logrado que hoy podáis estar leyéndome desde vuestro sofá a muchos kilómetros de aquí. Es simplemente que la entrañable aventura de este chico para hacerse un sándwich me ha hecho reflexionar.
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