Desde que los blogs entraron a formar parte de mi vida, o al menos desde que tengo memoria bloguera, sigo una bitácora que me parece deliciosa. Se trata del blog de Desirée, una española que vive desde hace años en Suecia, y que día a día va desgranando en cada post detalles de su vida. Hay algo en ella que me tiene cautivada, y desde el silencio espero sus posts con avidez.
A través de ella he podido conocer algunas costumbres suecas, que para estas latitudes resultan tan curiosas como atractivas. La última de ellas me ha dejado impactada y llena de sana envidia, no solo por no poder disfrutar de una actividad tan divertida, sino por lo que tiene de vuelta a las raíces.
Démo, como se hace llamar en el blog, nos cuenta cómo en un domingo de asueto y pertrechada con unos recipientes, se preparó y puso tierra de por medio (tan solo unos kilómetros) para ir a un campo en el que recolectar fresas. En Suecia algunos agricultores acostumbran a abrir sus campos para que la gente pueda acudir allí a recolectar sus frutos, pesándolos al final y pagando por lo recogido. En esa ocasión Desirée recogió fresas, pero ya se relame pensando en la próxima visita, en agosto, en la que acudirá a recoger frambuesas.
Sin duda esta es una costumbre con un factor educativo importante, tanto para adultos como para niños. Por aquí no estamos acostumbrados a relacionar lo que comemos con el origen, lo encontramos todo envasado en cápsulas de plástico, que igualan y mimetizan los productos. Comer unas fresas que has arrancado de la mata, pisar el suelo en el que crecen y saludar a las personas que cuidan de ellas durante meses, aporta una experiencia que trasciende el simple hecho de comer.
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