Lo confieso: soy insoportable cuando tengo hambre. Me convierto en un ser irracional e irascible que no atiende a razones, al que cualquier obstáculo que se interponga en el camino por conseguir comida le resulta insalvable. Y no soy el único. Le pasa a mi padre y a mucha más gente, pero, ¿por qué nos enfadamos cuando tenemos hambre?
Resulta fascinante como una persona que de normal es afable, amable y comprensiva, pueda transformarse en el monstruo de las galletas según se queda sin reservas de azúcar. Veamos qué es lo que sucede en nuestro cuerpo y nuestro cerebro para dar lugar a semejante metamorfosis.
La glucosa, la gasolina de nuestro cerebro
Cuando comemos, nuestro organismo transforma las proteínas, grasas y carbohidratos presentes en los alimentos en azúcares más sencillos (como la glucosa), amino-ácidos y ácidos grasos. Estos pasan al torrente sanguíneo y, de ahí, al resto del cuerpo.
Lo que ocurre es que, lógicamente, a medida que pasa el tiempo y no comemos, los niveles de estos nutrientes van bajando, siendo especialmente crítico el de glucosa. Y es que, a diferencia del resto de órganos, nuestro cerebro solo utiliza glucosa como combustible, y es por eso que cuando tenemos hambre solemos tener problemas para concentrarnos, tomar decisiones o incluso hacer tareas sencillas.
Pero, ¿qué tiene esto que ver con enfadarte sin motivo aparente con tu pareja, tu familia o tus amigos y compañeros cuando tienes hambre? Una cosa es que nos volvamos un poco inútiles con hambre y otra que pasemos de ser el Dr.Jekyll a Mr.Hide.
El autocontrol y la fuerza de voluntad también requieren energía
Roy Baumister es un psicólogo de la Universidad de Florida que, a través de diferentes experimentos, está tratando de demostrar que nuestra fuerza de voluntad no es infinita, sino que es como un músculo que necesita energía y se cansa.
En uno de esos experimentos (concretamente en el número 7, página 330) se sometió a un grupo de estudiantes a una tarea que requería de toda su atención, en concreto, intentar no fijarse en las palabras superpuestas que aparecen en un vídeo. Después se les dio limonada a todos, solo que la mitad llevaba azúcar y la otra mitad un edulcorante sin calorías, y se les sometió a una serie de pruebas en las que el autocontrol y la fuerza de voluntad son cruciales, como por ejemplo intentar decir correctamente el color de unas letras cuando con ellas está escrito el nombre de otro color.
Los resultados fueron concluyentes: quienes tomaron la limonada con azúcar obtuvieron mucho mejores puntuaciones en estas pruebas que quienes la tomaron con edulcorante, pues su cerebro no tenía la ayuda extra que proporcionaba la glucosa.
De esa misma manera, cuando a nuestro cerebro le falta la glucosa, es más proclive a no ejercer el autocontrol que implican ciertas convenciones sociales, incluso las más básicas, cómo no gruñirle a tu pareja porque quiere ir a un restaurante que está a diez minutos andando y tú quieres entrar en este que está aquí al lado porque tienes hambre.
La culpa es de nuestro instinto de supervivencia
Otro elemento que influye mucho a la hora de volvernos irascibles cuando tenemos hambre tiene que ver con el sistema de regulación de glucosa de nuestro organismo. Cuando la glucosa baja de cierto nivel, se pone en marcha un mecanismo de liberación de hormonas para que se sintetice y llegue al torrente sanguíneo.
Entre todas estas hormonas liberadas se encuentran la adrenalina y el cortisol, que también están asociadas al estrés. Es por eso que cuando estamos bajos de energía, nuestro organismo actúa de manera similar a como lo haría frente a una amenaza, dando lugar a respuestas abruptas y no siempre lógicas, guiadas por el instinto, pues en una situación de peligro lo importante es la velocidad de actuación.
Está claro que tener hambre ya no es una cuestión de vida o muerte como lo podría ser hace miles de años, pero como a nuestro cerebro también le falta energía para poner en práctica ese filtro social, acabamos haciendo o diciendo cosas de las que nos arrepentimos en cuanto damos los primeros bocados.
Cómo evitar enfadarse cuando tienes hambre
Mi experiencia como afectado por este "síndrome" (y por sufrir a mi padre, a quien también le pasa con frecuencia) es que es complicado evitar enfadarse cuando tienes hambre, pero sí puedes evitar tener hambre.
Mi recomendación si es algo que te pasa con frecuencia es que respetes las cinco comidas diarias. Así, cuando lleguen las comidas principales, tendrás reservas por si se retrasan más de lo previsto. También ayuda llevar siempre encima algo que te de un poco de energía, como un caramelo o unos cacahuetes.
Si nada de eso funciona, y te percatas de que te estás volviendo el enanito gruñón, lo mejor es huir de las situaciones en las que puedes desatar tu ira incontrolada: no se toman decisiones importantes ni se discuten temas vitales hasta después de comer. ¡Ah! Y el mejor restaurante es el que esté más cerca.
Imágenes | Christopher Holden, Guyon Morée y Tambako The Jaguar
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