Tanto se ha escrito sobre el pan y sus bondades. Se dice que el filósofo Demócrito de Abdera consiguió prolongar su vida tres días oliendo pan.
Con pan y vino, bien se anda el camino,
dice nuestro refranero, reflejo de la cultura popular. No anda muy descaminado, considerado durante siglos como base de la alimentación, el pan siempre ha estado presente en nuestras mesas y en la literatura de forma variada e imaginativa, desde las migas a las torrijas, inspirando una lista de refranes más larga “que un día sin pan”.
Azorín, en su exilio parisino, enumera con añoranza todos los panes españoles de la época:
hogaza, mollete, rosca, libreta, tetera, morena, oblada, bodigo, zatico, cantero, corrusco, pan leudado, o con levadura, o leuda; pan ácimo o cenceño, sin levadura, pan pintado, en fin, pan con adornos o dibujos trazados con la pintadera. Y si hay pan blanquísimo, pan candeal, también hay pan sustancioso, pan moreno, bazo o prieto.
El pan de Gandul y las roscas de Utrera, por tierras sevillanas, eran tan famosos en su época que hizo exclamar a Lope de Vega:
¡Pan de Gandul de mi vida.roscas de Utrera del cielo!
Y tampoco son olvidadas por Cervantes, que las menciona en El rufián dichoso, o por Góngora:
Entre dos roscas de UtreraQue por estos ojos vi,
Unas lonjas de tocino
Como corcho de chapín.
Y para acabar, un gastrónomo francés del XIX, Grimond de la Reynière, aplicando los cambios de la Revolución Francesa al campo culinario, supo ver en las formas del pan las del pecho de la panadera:
Encantadora panaderacómo me gusta la forma
de los panecillos de leche
que la sencilla naturaleza
ha puesto en tu corsé.
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