Si os acordais, el otro día comenzamos a revisar la antigua leyenda húngara que nos narra la relación entre Tokaji y Aszú y hoy continuamos con el final.
(...) Fueron transcurriendo los días, y la boda se había convertido en el evento más popular de la comarca, con la figura de la campesina que se iba a desposar con el noble. Fue en la víspera de la boda cuando Aszú pasó a visitar a Tokaji a su casa. Picó a la puerta y después pasó dentro.
Tokaji notó que su mirada había cambiado, no existía aquella chispa de felicidad que le iluminaba todo el rostro, no era la misma, ni rastro de aquella fresca mezcla de honorabilidad y orgullo que la obligaba siempre a mantener la mirada. Tokaji se encontró con una mujer sometida, sumisa, simple. ¿Ocurre algo? Le inquirío sorprendido por la visita. Nada Tokaji, sólo los nervios antes de la boda.
Tenía que verte Tokaji, aunque sólo fuera una vez más. Se sentaron y pasaron charlando toda la velada, a medida que transcurría el tiempo, entre recuerdos de correrías y aventuras, Tokaji volvió a reencontrarse con su amiga, con su cómplice, la de siempre, aquella muchacha dulce y alegre que le empujaba a saltar. Con las últimas luces del día también se fue Aszú de casa de Tokaji.
En la despedida, ya en el quicio de la puerta Aszú levantó su mano y acariciando la mejilla de Tokaji le preguntó como había hecho muchas veces antes ¿Me quieres Tokaji? Y el asintió, como también lo había hecho tantas veces como le había preguntado, no solo con la cabeza si no con el alma al completo, con la voz no pudo hacerlo, porque la tenía quebrada. Ella le dirigió una última mirada y sin ninguna palabra de despedida salió de la casa.
Era una inusualmente calurosa mañana de Septiembre en la que se iban a celebrar los esponsales. Durante todo el día Tokaji no salió de casa. Quería evadirse por completo del gozo que por toda la comunidad se vivía con la noble boda.
Eran las nueve en punto, ya de noche cerrada, cuando sintió que picaban a su puerta, la abrió y allí estaba de nuevo Aszú, radiante, más guapa que nunca, llevaba puesto aún el vestido blanco de la boda. Sin que le diera tiempo a reaccionar Aszú se echó sobre sus brazos y antes de pegar sus labios a los de Tokaji en un largo beso susurró dos palabras: te quiero. Tokaji no preguntó nada, no quería saber nada, sólo le devolvió el beso, un beso que en apenas un minuto encerraba en sí mismo la esencia de años de secretos amores y pasiones. Y así permanecieron, abrazados, besándose durante largo tiempo.
Toda la noche la pasaron queriéndose, amándose y cuando comenzó a clarear el día Tokaji, somnoliento, notó como Aszú comenzaba a removerse, aún entre sueños sintió como le daba un beso y como acercando la boca a su oreja le susurraba: Perdóname, Tokaji, siempre te querré. Perdóname, después se levantó del lecho se volvía a vestir con el manto marital y abandonó la alcoba.
Al poco Tokaji se levantó exultante de felicidad se vistió rápidamente y salió a la calle en dirección a la casa de Aszú convencido de que ella se encontraba allí, buscando refugio seguramente después de haber detenido la boda antes de que se consumara.
Pero al llegar no se encontró con lo que esperaba, vio a los padres de Aszú llorando de manera desconsolada, sintió que algo no iba bien, se asustó. Al verlo, la madre se abrazó a él sin dejar de llorar por un momento.
Fue el padre quien le contó lo ocurrido, le contó como la ceremonia el día antes se había desarrollado sin incidentes, como una vez terminada y ya en la casa de los desposados, el marido le recriminó su visita el día anterior a la casa de Tokaji y como ella con el coraje del que siempre había hecho gala, le afeó su actitud y su falta de confianza, entonces el Señor, sintiéndose ofendido por creerse insultado ante la servidumbre presente, sacó una pequeña daga que llevaba prendida del cinturón y se la clavó en el corazón, contaban los sirvientes presentes que, mientras veían como por la herida abierta se le escapaba la vida, Aszú, con cara de sorpresa por lo ocurrido balbuceó unas últimas palabras: pero que he hecho… Tokaji.
Fue lo último que dijo antes de caer desplomada, antes de que sus ojos se apagaran para siempre, y eso había ocurrido a las 9 de la noche.
Tokaji comprendió de repente que lo vivido la noche anterior no era el comienzo de algo, como había pensado, si no el final de todo, la despedida de su amada. Con ella se había muerto su parte más audaz, más temeraria, más impulsiva. Se había muerto el motor que generaba la energía para poder moverse, para poder sentir, para poder respirar. Después de aquello, Tokaji vivió el resto de su vida prácticamente encerrado en su cabaña, no volvió a trabajar su viñedo, el cual, con el tiempo, comenzó a presentarse sin vida, gris, las uvas comenzaban a crecer de manera silvestre. Sin dedicación y traspasada la apropiada época de vendimia aquellos racimos otrora radiantes y luminosos parecían podredumbres colgajos fantasmales por la falta de cuidados y recolección.
Pero cuenta la leyenda, que, en las noches de Septiembre, una misteriosa brisa recorre los viñedos meneando los cepas de igual manera que lo haría si se tratase de una mano, y que, al contacto con esa brisa, el yermo fruto se convierte en una fruta noble, de la cual se extrae un néctar con el que elaborar el mejor de los vinos posibles.
También dice la leyenda, que si agudizas el oído y abres tu corazón, la brisa suena como el lamento de una voz femenina, y en ese lamento con una larga cadencia, hay quien dice entender una pregunta, un requerimiento: ¿Me quieres?
Foto l Wikimedia Commons l Kurtxio
En Directo al Paladar l Tokaji y Aszu I
En Directo al Paladar l Oremus Tokaji