Me van a permitir que les cuente una historia, la de Tokaji y Aszú, es una leyenda acerca del nacimiento del vino Tokay, grandísimo vino dulce húngaro, considerado por algunos el mejor vino del mundo:
Cuenta una vieja leyenda húngara que hace muchos años en un pequeño pueblecito, vivían dos muchachos, Tokaji y Aszú.
Tokaji era un chico moreno, el duro trabajo en el viñedo familiar lo había convertido en un joven fuerte, firme, sereno, era un chico reservado pero honesto. Aszú era una muchacha inquieta, despierta, inteligente, de mirada pizpireta, enormes ojos verdes que siempre se rubricaban adornados con la dulce expresión de una sonrisa. Su larga melena rubia caía sobre sus hombros de manera armoniosa y cuentan quien la conoció que el sol se reflejaba sobre sus cabellos de una forma especial, como el brillo de la luz que rebota sobre un prisma de cristal y que no puedes dejar de mirar de manera casi hipnótica.
Tokaji y Aszú habían estado toda la vida juntos, desde pequeños se les había visto correr siempre uno al lado del otro, él protegiéndola, añadiendo el sentido común y la serenidad a la relación, velando por ella, ella, incitándolo a dar un paso adelante, poniéndolo siempre a prueba ¿Me quieres? Le preguntaba siempre Aszú a Tokaji y éste asentía, pues entonces salta conmigo, le decía, y Tokaji saltaba, no importaba que fuera sobre un pajar, sobre el río o sobre la negrura de un pozo donde no se distinguía el fondo. El siempre saltaba con ella.
Pasaban juntos todo el año, excepto cuando el verano más apretaba, ya que coincidía con la época en la que Tokaji tenía más trabajo del año, en esa época, los labores en el campo se multiplicaban, y sólo disminuían una vez que todo el campo fuera vendimiado, cuando toda la producción estuviera en la bodega, preparada ya para la fermentación.
Estaba próxima esta época de mayor trabajo para Tokaji cuando un día, paseando por el campo se encontraron de repente con el señor feudal y su escolta que estaban cazando. Al verlos de manera repentina, el caballo del señor feudal se asustó y haciendo un quiebro inesperado descabalgó a la ilustre montadura. Mientras esto ocurría Tokaji arropaba con sus brazos a Aszu para evitar que la presencia del animal asustado pudiera dañarla.
El Señor Feudal era el dueño y señor de toda la zona, y su autoridad se extendía por toda la comarca. Era un hombre mayor, superaba con creces la treintena, tenía larga cabellera y una cuidada barba, su porte era erguido, imponente, destilando su alta alcurnia, aunque era conocido por su fuerte carácter y por sus despóticas decisiones.
Visiblemente malhumorado se levantó del suelo al que lo había arrojado su caballo y se encontró de frente con un muchacho que con su cuerpo protegía a una joven, la cual, aunque asustada, mantenía la cabeza alta y una dignidad en la mirada que le conmovía. No les dijo nada, se acercó a su escolta cojeando y, tras decirle algo en voz baja, recuperó su montura y se marchó cabalgando. Uno de los escoltas se acercó a la asustada pareja y les requirió su identificación, asegurándoles que no deberían de preocuparse pues su intención no era la de tomar represalias.
Transcurrieron los días y comenzó la época de mayor trabajo de Tokaji, esa época en la que podían pasar semanas sin ver a Aszú, la época en la que ocupaba su tiempo trabajando en el campo.
Fue tras muchos días sin verse que un día Aszú pasó a visitarle al campo, la joven corría por el serpenteante camino gritando su nombre visiblemente excitada, cuando llegó a su altura, lo cogió de la mano y tirando fuertemente de él le dijo: ven, Tokaji, tengo que contarte algo. Lo separó del grupo de trabajo hasta la base de un enorme árbol y allí se sentaron.
Me caso. Dijo exultante de euforia contenida. ¿Q-Qué? Balbuceó Tokaji. Si, que me caso y ella comenzó a hablar, pero el ya no escuchaba nada más, aquellas dos primeras palabras restallaron en su cabeza y le oprimían el corazón sin apenas dejarle respirar y ella seguía hablando, le contó como a partir de aquel encontronazo con el señor feudal comenzó a rondarla, que no era una persona malvada como la gente creía, si no un hombre cortés y amable, le dijo que todo había sido muy rápido, que le había pedido en matrimonio y que ella había aceptado. Pero el seguía sin oírla en lo único que pensaba era que en aquel momento había acabado su vida, se sentía mareado, indispuesto, cuéntaselo, pensaba él, dile que la quieres, dile que es la única razón por la que respiras, explícale que no existe un futuro sin ella, pero no lo hizo, se calló, incluso sonrió cuando le dio la enhorabuena, pero aquella sonrisa era más bien una mueca dolorosa, agónica.
Antes de irse Aszú le dijo: una cosa más, me ha pedido, que como ahora voy a tener una situación social de responsabilidad, no vuelva a verte, con el fin de evitar rumores y especulaciones, así que a partir de ahora nos veremos menos Tokaji. Cuando Aszú se fue Tokaji quedó sentado, incapaz de moverse, al poco rato rompió a llorar con un llanto desconsolado, con un sollozo angustioso que desgarraba el alma, y así pasó el resto del día, con la sensación de que le acababan de arrebatar todo lo que más quería…
Vaya, pero que tarde es, en otro momento les seguiré contando la historia.
Foto l Wikimedia Commons l Sancho Panza
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