El primer y último fin del cava es su disfrute, es una bebida que ayuda a cerrar lazos y que destaca primordialmente cuando se trata de una celebración con la que hacer partícipes a todos los concurrentes.
Pero cada cava tiene su momento y su sitio, la amplia variedad de productos del mercado inducen a una correcta elección en base al momento idóneo de consumo, así, podemos elegir un cava brut, un semiseco, un reserva, etc, en función de que queramos un espumoso para alegrar con sus burbujas un aperitivo, un plato a base de marisco o pescado, incluso aves o postres. Así que la elección del cava debe ir sujeta al tipo de situación que intentamos cubrir.
La vida del cava es, como la de cualquier vino, limitada. En líneas generales, un cava debería consumirse no mucho más allá de un año después de la fecha de degüelle. Esa genérica longevidad siempre irá condicionada por el modo de conservación desde que sale de bodega hasta su consumo y las características de crianza, que pueden restringir o acrecentar esa línea de vida. Además debemos tener en cuenta que la fase de degüelle resulta muy invasiva para el cava, por lo que convendría demorar cierto tiempo su consumo tras esta fase, para que el vino vuelva a homogeneizarse y regularse.
Para la degustación del cava es importante la temperatura, dependiendo del tipo de cava puede considerarse óptimo un rango de temperaturas que vaya desde los 5º hasta los 8º, ésta es una franja de temperaturas que no satisface a todo el mundo, a mí personalmente me gusta un poquito más elevado (desde los 6º hasta los 10º). Pero la temperatura ha de alcanzarse de manera gradual, enfriando convenientemente la botella en nevera durante varias horas antes, la champanera, siempre que se utilice, debe ser para mantener la temperatura del cava, no para descenderla.
Si, por el motivo que sea, debemos de bajar bruscamente la temperatura de un cava entonces si sería conveniente utilizar una champanera con abundante hielo y agua a la que introducir un puñado de sal que deshará rápidamente el hielo, con lo que se conseguirá descender bruscamente la temperatura del líquido, pero siempre aceptando este recurso como el mal menor. El cava (y el vino en general) sabe diferente, además, llega un momento que la temperatura continuará descendiendo sin que lo podamos controlar y nos acabará bajando muy por debajo del punto óptimo, y ahí sí que el cava no sabe igual.
La copa a utilizar para el servicio también requiere de una especial atención. Debe ser una copa alta, tipo flauta (también denominada tipo cava) en detrimento de la copa de champagne, ancha y baja, que se dice debe su peculiar forma a la antigua costumbre de mojar un pastel salado en la propia copa del líquido espumoso. El caso es que ésta última copa disipa todos los aromas sin que pasen por la nariz, en cambio, la copa alta asegura la concentración de todos estos caracteres aromáticos y su pertinente paso por el apéndice nasal, así que su uso, desde el punto de vista organoléptico, queda plenamente justificado.
Foto l Dispersion En Directo al Paladar l El cava: las estrellas dentro de la botella En Directo al Paladar l Champagne: porque yo lo valgo