Desde Directo al Paladar hemos querido rendir un merecido homenaje al vino rosado con una importante presencia del descolorido elemento en las últimas catas realizadas. Y es que, aunque parezca recurrente, solemos acordarnos del rosado caldo con la llegada de los altas temperaturas del verano.
Se conoce al vino rosado como el vino de una noche (en romántica referencia al tiempo que los hollejos pasan en contacto con el mosto con la intención de que alcance su sonrosada apariencia), y de fugaces relaciones, la época estival sabe mucho, así que, qué mejor momento que el verano para dedicarle al encarnado producto.
Y es que el vino rosado es un auténtico comodín para acompañar la mayoría de menús estivales. La línea de frescura y ligereza que caracteriza la mayoría de las actuales elaboraciones lo acreditan como firme candidato a no desentonar con pastas, arroces, pescados y carnes ligeras.
El vino rosado es un vino complejo, su elaboración requiere de una constante atención para no echar a perder un arduo trabajo. Atrás quedaron los oscuros métodos de elaboración que presentaban al vino rosado como un subproducto enológico. Hoy en día, su elaboración comienza mucho antes de su vinificación. Requiere de una escrupulosa selección de variedades, con su propio momento óptimo de vendimia (habitualmente antes que para el vino tinto), vendimia que se suele realizar de manera veloz para preservar esa solvencia aromática que se asemeja a la de los vinos blancos, eligiendo en muchas ocasiones la oscura nocturnidad para preservar a la fruta de las elevadas temperaturas diurnas.
El rosado es un vino de mimo, avalado por modernas técnicas de vinificación, esos mimos se extienden hasta la bodega, donde permanecerán bajo la atenta mirada del enólogo en contacto con los hollejos, hasta que exista el debido equilibrio entre color, aroma y sabor. A partir de ahí, el sangrado y continuar la fermentación como un vino blanco, a baja temperatura con la intención de preservar los valiosísimos aromas varietales.
Es de perogrullo, pero no me resisto a hablar del vino rosado sin poner de manifiesto las insalvables diferencias que existen con el clarete. En líneas generales (muy generales para simplificar) el rosado se elabora con uva tinta, como el color de la uva reside en la piel (los hollejos), el mosto permanece en contacto con ésta hasta que el enólogo considera que deben separarse, a partir de ahí continuará su camino como si se tratara de un vino blanco (sin la presencia de los hollejos) con ello se busca un producto sutil, ligero, fragante y fresco.
Claretes hay de muchos tipos. En Burdeos desde hace mucho conocen como claret a un tipo de vino tinto muy ligero, pero desde el punto de vista enológico, el clarete hace referencia a un vino elaborado con mezcla de uvas tintas y blancas que fermenta, como los tintos, en contacto con los hollejos. Como la uva blanca no colorea, el resultado es un vino tinto bajo de color. La idea original del clarete no es mala, el problema es que habitualmente se utilizan para la mezcla partidas de muy baja calidad o excedentes de producción que, como resultado, presentan un producto de paupérrima condición.
Foto l Theogeo En Directo al Paladar l Viña Tondonia Rosado 97 En Directo al Paladar l Ochoa rosado de lágrima