Es curioso cuando conoces cómo se ha creado algo. En el caso del pan, como de muchas otras cosas, fue pura casualidad y el motivo un olvido. Por el neolítico, un antepasado nuestro que ya conocía las semillas y los cereales sabía que al triturarlos y mezclarlos con agua, obtenía una papilla. Papilla que un día olvidó de tomar y al volver se había secado, adquiriendo forma de torta. Ésta sería la primera forma del pan.
Después de eso, el pan ha ido sufriendo a lo largo de la historia modificaciones, pero siempre ha estado presente en nuestra mesa. El pan blanco llegó con la industrialización, al almacenar la harina molida se estropeaba enseguida, pero si se le quitaba el germen y la cascarilla esto no sucedía. El pan blanco aporta menos nutrientes que el pan integral que nos ofrece numerosas vitaminas, minerales, enzimas, proteínas, hierro y ácidos grasos. El verdadero pan integral se hace con el grano molido completo con la cáscara y el germen y se fermenta con la levadura madre. Se distingue por su sabor y la textura es más compacta. El color marrón que tiene, no debemos confundirlo con el pan blanco al que han añadido salvado.
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