La marca Bonduelle acaba de presentar un maíz sin residuos de pesticidas, "el primero con este sello de la marca". Este producto llega en la vorágine del debate sobre los pesticidas, entre los que se encuentra como protagonista (ahora mismo) el clorpirifós.
Esta sustancia está entre las más utilizadas en España para proteger los cultivos. Según sus detractores, su uso es peligroso y debe ser eliminado del haber agrario. Pero, ¿llega realmente este residuo a nuestra mesa? ¿Qué peligros conlleva? La cuestión, como ocurre siempre con estos casos, no es nada sencilla.
¿Qué es el clorpirifós?
El clorpirifós es un insecticida organofosforado, que inhibe la acetilcolinesterasa, causando envenenamiento por colapso del sistema nervioso a los insectos. En España, es uno de los más usados. Según el Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, el clorpirifós es el pesticida más recurrente en las muestras analizadas de productos agrícolas entre 2015 y 2017 (este es el último año con números consolidados que comparte el ministerio).
Pero, ¿qué problema hay con este insecticida? En grandes cantidades, según se ha puesto de manifiesto en varios estudios, el clorpirifós es un neurotóxico que puede afectar a muchas funciones fisiológicas. De especial atención es el efecto que produce en infantes y nonatos, por lo que su control es de vital importancia.
¿Eso quiere decir que es peligroso? Según la EFSA, dentro de los rangos permitidos, no es peligroso. Pero esto lleva a dos preocupaciones principales. La primera es que el clorpirifós es un organofosforado y, aunque desaparece fácilmente por la acción del sol y otras cuestiones biológicas, su persistencia y acumulación en el entorno es muy fuerte. La segunda preocupación tiene más que ver con la utilización de este insecticida ya que no siempre se utiliza correctamente por parte del agricultor.
¿Insecticidas en nuestra comida?
Casualmente (o no), la EFSA publicaba ayer, también, su informe sobre pesticidas que recoge más de 88.000 muestras de toda Europa, de las cuales solo el 4% mostraron estar fuera de los rangos seguros. En general, podemos decir que los alimentos que tomamos están libres de pesticidas, a pesar de que algunos de ellos puedan levantar sospechas sobre sus implicaciones para la salud.
Pero, ¿qué pasa con el clorpirifós? Este insecticida fue encontrado, entre 2015 y 2017, superando el límite de seguridad en 17 muestras de de 4.677 según el Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social. Aunque es una cifra pequeña, no deja de ser importante reseñarlo. Esto ocurre, muchas veces, debido a la manipulación del insecticida, el cual se emplea de manera tópica sobre frutas y hortalizas sin seguir los patrones de seguridad.
Por otro lado, también se encontró, dentro del rango seguro, en otras 383 muestras de estas 4.678, lo que supone un 8,5% del total aproximadamente. Esto no quiere decir que este, o cualquier insecticida, llegue a nuestro plato tan fácilmente. En primer lugar, tal y como estima la EFSA, cuanto mayor es la muestra, mayor es la "limpieza" de los alimentos en cuanto a los pesticidas.
Aún así, en los últimos años se ha venido solicitando una revisión del clorpirifós y varios movimientos han presionado para que este se elimine de entre las sustancias permitidas por la Comisión Europea. Por ahora, el insecticida está aprobado hasta 2020, momento en el que se reautorizará o se revocará su utilización. Pero, volviendo a la cuestión, ¿llega esta sustancia a nuestra comida?
Contrariamente a los resultados de la EFSA, algunos organismos independientes han contabilizado una mayor incidencia de casos de clorpirifós por encima de los límite seguros en Europa. En concreto, según aclara, eso supondría su presencia en altas cantidades en un 6,5% de los alimentos vegetales que consumimos. Por tanto, aunque es muy difícil, sí existe la posibilidad de toparnos con este insecticida a la hora de la comida. Esta, y la acumulación en el medio, así como su acción inespecífica, que puede acabar con insectos beneficiosos igual que con plagas, son las razones principales esgrimidas por los detractores del clorpirifós. Sin embargo, lo que más preocupa a la EFSA es el impacto que podría tener en nuestra salud.
Pero, el peligro, ¿es real?
Esta cuestión es bastante más compleja de responder. Sabemos que es un neurotóxico, que puede causar ciertos problemas, y hasta conocemos las dosis semiletales para varios animales. También existen estudios que relacionan la presencia de este insecticida con algunos problemas neurológicos. Sin embargo, aunque tenemos la sospecha, no tenemos la certeza de cuán peligroso puede resultar.
En más de 50 años de uso, los casos asociados con el clorpirifós son pocos, siendo positivos. Pero esto puede deberse a que no se han realizado estudios suficientes (o a que no existe tal relación). Esta es la razón por la que la EFSA y los organismos reguladores, hasta la fecha, han permitido su uso. También es la razón por la que se han replanteado su seguridad y se ha revisado en varias ocasiones.
En definitiva, el riesgo es real, pero es pequeñísimo, hasta donde sabemos. Puede que los siguientes experimentos evidencien otra cosa y tengamos que repasar toda la legislación. O tal vez todo lo contrario, y comprobemos que es inocuo. Por el momento sabemos que, aunque está presente, no es algo común (a pesar del miedo que pueda suscitar).
Por otro lado, enfrentarse a este compuesto no tiene por qué tener implicaciones si cocinamos y lavamos adecuadamente los alimentos. El clorpirifós no es soluble en agua, pero se degrada fácilmente con el calor. En cualquier caso, eso no sirve de justificación: es importante trabajar para eliminar los peligros de la cadena alimenticia, garantizando la seguridad alimentaria.
Casos como este ayudan a mejorar dicha seguridad, poniendo los focos de atención en sustancias que pasan años desapercibidas, permitiendo que se revalúen y se trabaje en conocer sus efectos. Esto está consiguiendo una alimentación más sostenible y sana, sin duda. Pero también tiene una nota negativa.
A pesar de sus beneficios, también existe cierta política de "publicidad del miedo", la cual parece estar haciendo mella en la industria alimentaria. El mundo de lo "sin", palabras como aditivos y conservantes, lo químico, y hasta la lactosa y el gluten son objeto de todo tipo de recelos, muchas veces inmerecidos. Esto no es una justificación para despreocuparse sobre los pesticidas potencialmente peligrosos, desde luego. Pero la última palabra en esta materia la tienen organismo como la EFSA, y son ellos los responsables de decidir si algo es seguro o no, y no la agencia de publicidad de ninguna marca.
Imágenes | PxHere