La oferta gastronómica madrileña es tan apabullante -y cambiante- que es fácil olvidar que existen propuestas muy interesantes a pocos kilómetros del centro. Y no hace falta perderse por la sierra para disfrutar de un entorno natural aislado del bullicio de la ciudad. El restaurante Cabaña Marconi, inspirado en los refugios de montaña y abrazando la naturaleza, ofrece un lugar distinto donde escapar por un rato de los agobios urbanos.
El local se encuentra en un privilegiado entorno rodeado de encinas centenarias, que abrazan un antiguo invernadero reconvertido en el vanguardista comedor/terraza, completamente acristalado. La cocina también se sale un poco de lo común con una carta que mezcla platos internacionales con muchas referencias a la gastronomía escandinava, sobre todo a través de sabores suecos.
Cabaña Marconi es una apuesta muy particular de su propietario Marcos Olazábal, que quiso combinar sus raíces familiares y experiencias personales con sus grandes pasiones, la gastronomía, la montaña y el mar. De madre sueca y padre mexicano de origen vasco, tanto el estilo del restaurante como la oferta gastronómica reflejan esa multiculturalidad con recetas de todo el mundo, adaptados un poco al paladar español.
La amplitud de horarios del restaurante y la versatilidad del comedor permiten generar ambientes distintos que atraen a todo tipo de público, desde familias con niños hasta parejas o comidas de trabajo. Ahora bien, la clientela general responde claramente a la población que habita en la zona, típica de urbanizaciones como son El Encinar de los Reyes y La Moraleja. Sin embargo, los precios no se disparan, manteniéndose en la media habitual de 30€ -sin vino- típica de tantos locales de Madrid.
En verano el restaurante se abre al jardín natural creando un lugar de respiro muy agradable al caer el sol, y en los meses más fríos Cabaña Marconi se cierra y se convierte realmente en un "refugio", sin perder de vista el cielo estrellado, con la acogedora iluminación de las velas y la sensación reconfortante que ofrece la chimenea.
Toques nórdicos en una carta internacional que no olvida el producto español
La Cabaña no pretende engañar prometiendo ser un restaurante 100% sueco, ni siquiera podríamos catalogar su cocina como puramente nórdica, aunque son esos tintes escandinavos los que brillan como lo más original de una carta bastante complaciente en su conjunto. El discurso es coherente con las pretensiones iniciales de Olazábal: un lugar acogedor donde todo el mundo pueda sentirse a gusto y comer bien, sin demasiados riesgos creativos.
Por eso no sorprende encontrar opciones tan populares en la oferta gastronómica actual, como las alcachofas fritas con foie, la burrata, el carpaccio, el steak tartare o los tacos mexicanos. Pero sí aparecen otros platos internacionales ya menos frecuentes en locales de precio medio, como el chateaubriand o el strogonoff. La carta es bien completa, con ideas para satisfacer a todos los paladares, echándose en falta alguna opción más vegetariana o vegana.
También se cuida mucho el producto, jugando con referencias más lejanas como los mejillones y ostras francesas o el cangrejo rey de Alaska, con buena materia prima nacional, como las anchoas de Santoña, la butifarra de Arán o los calamares de ría gallega. Pero, sin duda, lo más interesante es aventurarse con los platos de sabor sueco para probar sabores algo menos conocidos en nuestro país.
Aunque hay una buena sección de platos principales para estómagos hambrientes -con muchas referencias cárnicas, una selección de pescados y alguna opción de pasta-, también se presta a pedir todo para compartir. Entre los entrantes, las ensaladas y la sección marinera llamada seafood -que incluye también pescado-, es más fácil comer bien sin la obligación de elegir un plato único individual.
La ensalada de aguacate con cangrejo de río y vinagreta francesa (14 euros) triunfó en nuestra mesa mucho más de lo esperado, generosa en la ración y con un aliño fresco y nada pesado. Se agradece que el ya omnipresente aguacate se presente acompañado de forma distinta a los repetitivos platos de siempre de hoy en día, con un cangrejo de río que da mil vueltas a ciertos langostinos/gambas a los que se recurre en muchos sitios.
Los mejillones a la francesa, o moules à la crème avec frites (14 euros), se sirven efectivamente a la manera gala. Que a nadie le engañe el pequeño tamaño: son muy sabrosos y la salsa de crema ligera y casi adictiva, para mojar mucho pan del que la calidad es más que aceptable. Buenas patatas fritas que no saben a congelado, aunque pueden llenar más de la cuenta si no se tiene cuidado.
Los arenques suecos (15 euros) fueron la apuesta más arriesgada de la noche, pues se pidió sin saber muy bien qué esperar. El despliegue de medios sobre la mesa, con instrucciones del atento personal incluidas, llama sin duda la atención a paladares inexpertos en la cocina nórdica. Aunque no podemos evitar pensar en el supermercado de Ikea para recrear el plato en casa.
Se sirve frío, con el pescado en tres marinados distintos. Además se acompaña de un plato con queso, patatitas cocidas con relleno de crema y huevas de salmón, mantequilla, eneldo fresco y una selección de panes crujientes suecos. Es ideal para compartir y que cada comensal se monte su "tosta" al gusto. Los arenques son muy sabrosos y harán las delicias de los amantes de sabores fuertes marineros, pero nadie tema: ninguno de los tres arenques incluye el famoso -por desagradable- surströmming.
En el apartado dulce hay una buena oferta para los golosos, con opciones menos pesadas y contundentes que las típicas porciones de tartas. No faltan, eso sí, los ya inevitables brownie, coulant -o "bomba de chocolate"- y la tarta de queso (5,5 euros), casi petición obligada.
En este caso es una porción generosa sin excesos, simplemente correcta, de la que destaca la salsa de frambuesas naturales. Más original y muy rica es la crema de queso fresco o fromage blanc con frambuesas (6 euros), aunque le sobra azúcar glasé. La mousse de limón acompañada de tejas caseras es una alternativa más ligera y refrescante -4,5 euros-.
Qué pedir: la especialidad es el salmón al vapor en salsa de eneldo, una receta de la infancia de Olazábal, aunque preferimos recomendar algo más fuera de lo común como los arenques suecos, servidos con toda su parafernalia, o la tostada skagen sueca. Los mejillones al estilo francés, son sabrosísimos y la salsa pide mojar pan. Hay que volver en invierno a probar la fondue o la raclette para compartir a la luz de la chimenea.
Datos Prácticos
Dónde: Camino del Cura 233, Encinar de los Reyes (Alcobendas, Madrid)
Precio medio: 30€.
Reservas: 91 650 79 13 su página web.
Horario: 13:30 – 00:00, abre todos los días.