Mi interés hacia el arte, hablando en términos generales y simplificando mucho, se suele mover por tres vías: desde la perspectiva más puramente historiadora, por la expresividad y sentimientos que me transmiten, y por la admiración de la pericia técnica. En el caso del hiperrealismo destaca sin duda ese dominio absoluto de la técnica, con unos autores meticulosos y detallistas hasta el extremo. Muchos de ellos se han interesado por plasmar diferentes aspectos de la gastronomía, regalándonos obras que casi se comen con los ojos.
A raíz de la muy recomendable exposición Hiperrealismo 1967-2012, actualmente en el Museo Thyssen de Madrid, me gustaría detenerme especialmente en el trabajo de dos autores presentes en ella, el estadounidense Ralph Goings y el italiano Roberto Bernardi. De generaciones distintas, ambos representan una de las tendencias más frecuentes en la pintura hiperrealista, el interés por los bodegones, por representar objetos aparentemente anodinos, frecuentemente relacionados con la gastronomía.
Hiperrealismo es el término español para referirnos a lo que los angloparlantes denominan photorealism, acuñado por Louis K. Meisel para referirse a ciertas obras y autores que compartían unas características comunes a finales de los años sesenta. El término hace referencia al uso de la cámara fotográfica y técnicas similares para desarrollar su trabajo, consiguiendo obras que en muchos casos nos dan la impresión de ser fotografías, debido al extremo nivel de detalle del que hacen gala.
El hiperrealismo por tanto va un paso más allá de la pintura realista, capturando la realidad con una ejecución minuciosa que nos ofrece obras tan detallistas que suelen confundir al ojo humano, por la máxima nitidez y el juego de perspectivas y reflejos que los autores suelen utilizar. En los autores de las últimas generaciones se alcanzan niveles de perfección técnica extraordinarios, gracias al uso de las últimas tecnologías como herramientas más allá del pincel o aerógrafo.
Bernardi y Goings centran la atención sobre todo en un género clásico de la Historia del arte, el bodegón o naturaleza muerta. Recuperan la figuración frente a tendencias del siglo XX como la abstracción o el minimalismo, y lo hacen adaptando el género a la vida contemporánea. En sus obras podemos ver objetos cotidianos que aparentemente no guardan ningún interés, pero que estos autores convierten en protagonistas al centrar su interés en ellos, y revelan así cierta belleza.
El mundo de las cafeterías, restaurantes y locales de comida rápida, así como productos y alimentos representativos de la cultura de masas y el consumismo actual, son los que más interesan a estos autores. En este sentido, se relacionan en la temática con el arte pop, pues convierten en el foco de interés la realidad contemporánea, aquella que aparentemente no tiene interés por pertenecer a nuestra cotidianidad. Nos incitan a dirigir nuestra atención a elementos que, aunque nos rodean en nuestro día a día, no solemos considerar interesantes.
Los autores hiperrealistas nos ofrecen así una visión estereotipada de las cosas, convirtiendo en iconos contemporáneos los objetos cotidianos. Cuando este movimiento comenzó a alcanzar notoriedad, fue rechazo por la mayor parte de la crítica, ya suponía recuperar la figura pero con una visión que parecía demasiado complaciente. Pero estos autores demuestran que puede haber belleza en todo cuanto nos rodea, y nos invitan a lanzar otra mirada a los objetos ordinarios.
Además, al partir de la fotografía como base para sus obras, estos autores reflexionan sobre cómo la tecnología ha cambiado nuestra forma de percibir la realidad objetiva. En ocasiones nos presentan obras en las que hay una realidad seleccionada, pues el pintor elige la composición de los objetos, qué perspectivas representar y cómo utilizar la luz y los colores. A veces se recrean en primeros planos de extremo detalle, y en otras ocasiones combinan distintas perspectivas para crear juegos compositivos.
En la obra de Goings por ejemplo vemos muchos elementos típicos de los diners americanos, que retrata con una distancia fría y contemplativa. En su trayectoria destacan las visiones del modo vida americano, deteniéndose en los objetos más comunes que lo representan, demostrando que hasta lo más mundano puede ser objeto de contemplración artística. En sus bodegones de botellas de kétchup, tazas de café y dónuts, se esconde en realidad una visión muy medida de la composición artística, el uso de la luz y la apariencia de los objetos en su ambiente.
El italiano Bernardi por su parte destaca por una serie de obras donde los protagonistas son dulces, caramelos y gominolas, representados de tal manera que sus pinturas parecen escaparates o fotografías publicitarias. Bernardi se recrea especialmente en el colorido y las formas caprichosas, así como en las texturas de materiales artificiales o los reflejos y transparencias del vidrio y los envoltorios de plástico. También siente fascinación por algo tan cotidiano hoy en día como las máquinas expendedoras o los frigoríficos expositores de las tiendas de alimentación.
La pericia técnica que consiguen en su trabajo resulta fascinante, aunque para poder apreciarlo de verdad es necesario enfrentarse a estas obras cara a cara. Al principio el ojo reconoce sin problemas los objetos que nos ofrecen estas obras, pero si uno se detiene a observar detenidamente, se descubren nuevos matices y detalles que nos pasarían desapercibidos. Uno casi parece poder saborear con la mirada ese hiperrealismo gastronómico, y dan ganas de introducir la mano en la pintura para coger una de las piruletas.
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