¿Qué tienen en común el expolio del Odyssey, los vinos generosos y la familia real española? Todas las historias convergen en uno de los secretos mejor guardados de Montilla (Córdoba): el lagar de La Inglesa.
Este palacete, cuya historia se remonta a principios del siglo XIX, pertenece hoy a la familia Doblas, y atesora algunas de las botas de vino generoso más antiguas del mundo, de las que apenas se han realizado sacas. Un tesoro de los que ya no quedan.
El fundador de la empresa familiar, Antonio Doblas Alcalá (1927-2015), fue un empresario de éxito durante el Franquismo. De orígenes humildes –empezó como ganadero–, acabó siendo amigo personal de Juan de Borbón o Manuel Benítez El Cordobés (fue, de hecho, padrino de uno de sus hijos).
En 1974, Doblas compró a la familia Alvear el palacete de La Inglesa. Esta finca atesoraba el lagar de la mítica bodega de Montilla, así como los vinos de consumo familiar, desde que, en 1807, Diego de Alvear y Ponce de León construyera allí el palacio en el que vivió con su segunda mujer, Luisa Rebecca Ward, más conocida en la zona como “la inglesa”. Un palacio que, aunque se quemó y fue levantado de nuevo a finales del siglo XIX por el nieto del afamado marino, Francisco de Alvear (más conocido como el conde de la Cortina, uno de los grandes impulsores de la industria vitivinícola montillana), conserva un estilo inglés, muy peculiar en la zona.
Diego de Alvear conoció a Luisa Rebecca en Londres, donde fue llevado preso después de que la armada inglesa atacara la flotilla en la que regresaba de Argentina, con su primera esposa y sus diez hijos. El montillano se salvó de una muerte segura gracias a que, pese a estar realizando la travesía como pasajero, tuvo que sustituir a uno de los capitanes de la flota que enfermó antes de salir del puerto. Debido a esto, él y su primogénito, Carlos María, no se encontraban a bordo de Nuestra Señora de las Mercedes, la fragata que derribó la armada inglesa y cuyos restos no fueron encontrados hasta 2007 por la empresa cazatesoros estadounidense Odyssey Marine Exploration, cuya historia es bien conocida.
Lo que pocos saben es que es en el palacio de La Inglesa donde se conservan todos los libros de registro de la expedición, que tuvieron que consultarse, de hecho, durante el juicio gracias al que el Gobierno español recuperó el tesoro que Odyssey se había llevado a Estados Unidos. El propio Doblas Alcalá, junto a la familia Alvear, trató, sin éxito, de que el tesoro se expusiera en Montilla, y no en Cartagena, donde finalmente ha acabado. Pero volvamos a los vinos.
La cultura de la paciencia
Pese a que los Doblas contaban con algunos de los amontillados más viejos de Montilla-Moriles, que están seguro entre los diez vinos generosos más viejos del mundo, la cría de ganado bravo y el olivar centraban casi todos sus esfuerzos empresariales. La bodega seguía funcionando, pero para consumo familiar y ventas muy limitadas. Estaban, en definitiva, perdiendo dinero con ella.
Solo hace unos años, el tercer Antonio de la familia, Antonio Doblas Cuenca –en la foto de apertura, a la derecha, junto a su padre–, que se ha formado como ingeniero agrónomo, se decidió a comandar el renacimiento de La Inglesa, embotellando finos en rama, soleras finas y amontillados, que están a punto de llegar al mercado.
Para esta empresa ha contado con la ayuda de Santi Carrillo, sumiller de El Corral de la Morería, que cuando les visitó no podía creer lo que tenían entre manos. Sus vinos generosos, elaborados durante tres generaciones, eran de una calidad insuperable, pero durante años solo se habían estado vendiendo en partidas muy limitadas a amigos y clientes especiales, de la Casa Real a la Embajada de Estados Unidos en España.
Aunque Carrillo es natural de Córdoba, estaba ya acostumbrado al ajetreo que demanda un estrella Michelin en Madrid, y le sorprendió enormemente la tranquilidad con la que la familia manejaba sus vinos. Si una bota de fino no les convencía, sencillamente, la arrinconaban en un lado de la bodega. Ya saldría algo bueno. Y vaya si ha salido. Es lo que el sumiller define como la “cultura de la paciencia”.
Vinos seleccionados por estación
El objetivo de La Inglesa, no obstante, no es vivir del pasado, sino reivindicar los buenos vinos de Montilla-Moriles, una denominación de origen que siempre ha estado a la sombra de Jerez, pese a contar con idiosincrasia propia.
En La Inglesa ni clarifican, ni encabezan, una práctica muy extendida en Jerez, pero no en Montilla
La familia cuenta con otra bodega –el lagar de las feas, situado en el pueblo de Moriles– donde se elabora un blanco con velo de flor (un homenaje a los antiguos vinos de la zona) y los finos, todos en rama. En La Inglesa no clarifican ni filtran. Tampoco encabezan, una práctica muy común en Jerez que consiste en echar alcohol a los vinos para fortificarlos, pero que no es necesaria en Montilla-Moriles, donde los vinos ganan con más facilidad el alcohol con la crianza, de forma natural.
Del lagar de las feas sale el fino en rama, con una crianza de entre 7 y 8 años, y los mejores de estos vinos pasan al palacete que, al estar a más altura, tiene las condiciones ideales para un mayor envejecimiento. “Aquí nos quedamos en siete u ocho años, con crianza biológica, y a partir de entonces empezamos en la inglesa, con la crianza oxidativa”, explica Carrillo. “Aquí estás en la campiña a 100 m del nivel del mar, arriba estás a 650. La crianza arriba es mucho más afinada, tiene mucha más electricidad”.
Uno de los vinos más particulares de La Inglesa es de una categoría casi extinta, el fino pasado. Este vino se mantiene al borde del fino y el amontillado: a punto de comenzar la crianza oxidativa, pero con toques aún propios de los vinos de crianza biólogica y un velo de flor negro, que está ya a punto de desaparecer. Se comercializará por primera vez el próximo octubre: únicamente 500 botellas de 50 cl de la saca de otoño.
Las botas más insignes de la bodega conservan vinos de más de siglo y medio
Todos los vinos, además, se seleccionan según la estación. “El conjunto de soleras finas para la saca de otoño ya está hecha y van 14 botas, de un total de 110”, explica Carrillo. “En torno a un 10% de lo que tenemos en crianza. Catamos la semana pasada y hemos pensado que esas 14 botas son las que mejor representan el vino en la estación de otoño. En invierno serán esas 14 u otras diferentes”.
Una labor ingente de cata, de la que surge una de las tradiciones más curiosas de las bodegas de vinos generosos, la bota de gasto. En esta cuba se van echando los restos de las jarras de los vinos que se prueban y se utiliza para el consumo personal de los trabajadores de la bodega.
Nada que ver con las botas más insignes de la empresa, como la 110, un amontillado que comenzó a elaborarse en 1927, o la joya de la corona, la bota fundacional o bota cero, la más antigua de la bodega que la familia Doblas, calcula, contiene vino que se remonta a la época en la que se construyó el palacete actual de La Inglesa, en torno a 1870.
De esta bota cero, que se conserva en la sacristía del palacio junto al resto de botas centenarias, solo se han realizado dos sacas en toda la historia: una para la Casa Real y otra para El Corral de la Morería, que sirve el vino en su maridaje súper premium. La bodega planea sacar próximamente un amontillado “viejo” y otro “viejísimo”, pero nadie se plantea de momento volver a embotellar la bota fundacional. De hacerlo, tampoco sería fácil establecer un precio, aunque seguro hablamos de miles de euros por cada botella de 20 cl. Son palabras mayores.
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