Hay un supermercado en España que no tiene productos frescos, leche ni pan. Y la única cerveza que se vende es Cruzcampo. Se llama Mere, es propiedad de un holding ruso, y planea tener 40 supermercados operativos en España este mismo año.
La cadena ha inaugurado ya sus tres primeras tiendas: en Aldaia (Valencia), L’Alquería de la Comtessa (Valencia) y Parla (Madrid). Y hemos visitado esta última, situada en un polígono cercano a la A-42, junto a un Punto Limpio, una nave gigantesca de desguaces La Torre y la rotonda más grande que ha conocido nunca la Humanidad.
El supermercado te desplaza inmediatamente a la década de los 80, cuando se produjo la expansión de DIA, la primera cadena de formato “descuento” de España. La primera que obligó a los consumidores a abrir las cajas con los productos y a rebuscar entre palés. Su estética, no obstante, es más parecida a los primeros Lidl y Aldi, extremadamente sobria: todo el supermercado es una gigantesca nave donde está apilada una selección un tanto aleatoria de productos. Un modelo de supermercado que creíamos desaparecido –y es que a nadie le gusta que le recuerden que es pobre–.
Aunque nos asegura una cajera que llegará en las próximas semanas, en el Mere de Parla aún no hay leche. Tampoco hay pan, ni siquiera de molde, y no se vende ningún tipo de producto fresco.
Aproximadamente la mitad de la tienda está ocupada por productos de bazar y droguería: toallas, escurridores, vajillas, sacos gigantes de detergente… Y en la otra mitad hay comida, pero sin ningún tipo de orden concreto. Se alternan indistintamente la pasta, las bebidas o los dulces, sin ningún tipo de cartel que indique que estás en una sección concreta del supermercado, más que nada porque no hay nada que se parezca a una sección.
El refrigerado eres tú
El único espacio aparte del supermercado es el de los productos refrigerados, que se almacenan en una enorme nevera en la que tienes que entrar a servirte. Allí se encuentran los productos más curiosos del establecimiento, en el que se adivina su origen ruso, como botes de sucedáneo de caviar o salsas con el etiquetado en cirílico cuyo contenido, aunque los ingredientes sí están en castellano, no logramos adivinar (pero, por supuesto, hemos comprado). También hay quesos y embutidos en gran formato.
Como ya anunció la compañía, no existe en el supermercado ninguna marca blanca específica, sino muchos productos de proveedores desconocidos. Aunque hay excepciones. Entre las marcas de fabricante encontramos conservas de Celorrio, pasta Barilla, patatas Pringles, Coca-Cola (al extraordinario precio de 47 céntimos la lata, aunque solo en pack de 24 indivisible) o Cruzcampo (0,44 euros la lata), la única cerveza del lineal.
El supermercado lleva solo una semana abierto y, de momento, hay poca afluencia: mucho curioso y poco cliente que venga a llenar el carrito de la compra. Entre otras cosas, porque, de momento, es difícil alimentarse solo con productos del establecimiento, a no ser que quieras acabar con escorbuto.
Nos llevamos del supermercado, eso sí, una pieza de queso al romero bastante rico (que debe ser uno de los productos más caros de la tienda, a 10 euros el kilo) y pasta y latas de conservas, de las marcas de fabricante, que están muy bien de precio.
Al salir de la tienda, para cargar la compra en el coche, caemos en un detalle en el que no nos habíamos fijado: la puerta de la tienda no es automática, lo que obliga a abrir con una mano, empujar el carrito como puedas, y salir a cargar. ¿Quedaba todavía algún supermercado sin puertas correderas? Nos hemos vuelto unos burgueses.
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