Si uno conoce un poco la trayectoria del archiconocido Hotel Byblos, un estandarte de la época dorada de la Costa del Sol sabrá que, entre otras cosas, allí se enclaustró Joaquín Sabina durante meses para grabar un disco o que Julio Iglesias gozaba de largas temporadas veraniegas.
Incluso que allí se capturó, paparazzi mediante, el primer y único topless de Diana de Gales. Ahora remodelado y rebautizado, el hotel Byblos se ha convertido en el hotel La Zambra, cinco estrellas Gran Lujo gestionado por Grupo Marugal, y de paso se ha erigido en el gran destino gastronómico de Mijas, una población más discreta respecto al oropel costasoleño, pero cargada de encanto.
Salpicado de campos de golf —no en vano, el hotel, de 197 habitaciones y con uno de los spas más grandes de Andalucía— se ubica en la Urbanización Mijas Golf, lo cual también supone que el hotel —que no cierra en todo el año— sea un caramelo para numerosos viajeros que apuestan por el turismo de golf y playa que Mijas ofrece.
Sin embargo, La Zambra además reluce gastronómicamente y lo hace desde un andalucismo curioso, pues el chef ejecutivo de los cinco conceptos —hasta la fecha— que lucen en La Zambra es Iker González, donostiarra de cuna, que sin embargo ha cogido el punto a lo andaluz con soltura.
Palmito, como la apuesta más gastronómica, o Picador, algo más informal y con aires de tabanco, son la punta de lanza para sentarse a una mesa que toca palos andaluces en producto y recetario, pero también de brindis a la modernidad y, sobre todo, deja las puertas de la cava abiertas a que el vino andaluz riegue las copas. No sin dejar atrás a otras denominaciones de origen y vinos internacionales, pues ubicación y nobleza obligan.
Picador, alma de tabanco y carácter compartible
Música, barra, vino por copas y una legión de platos en raciones y medias raciones son los imanes con los que Picador atrae desde La Zambra. Y no solo con un magnetismo que engancha a los clientes del hotel, sino también al cliente malagueño y al no alojado, pues tiene entrada propia al restaurante (para todos aquellos que aún temen cruzar un lobby), que le permite tener vida propia.
Apostado a un binomio que hace del carácter del tapeo y del vino por copas como pilares fundamentales, Picador no puede ser más fiel a su nombre, especialmente cuando de especialidades andaluzas se trata. Perfecto para las frituras de pescado, para los calamares fritos o para descubrir unas croquetas de chocos con su chipirón frito, Picador estimula por partida doble al foráneo, que busca autenticidad, y al local, que se sorprende de que un restaurante de hotel mantenga estos niveles de purismo, sobre todo buscando productos tan cercanos como el aceite de Finca La Torre o los mangos y aguacates de la Axarquía.
Sin dejar atrás tampoco a la cuchara y, al mismo tiempo, consciente de que el abanico debe ser amplio para que la suerte de Unión Europea que aquí se cita comprenda la cocina, Picador también levanta la puya para que, por ejemplo, el magret de pato se laque con miel de caña del cercano pueblo de Frigiliana, o para que el cerdo ibérico fresco de Dehesa de los Monteros luzca con una salsa perigord.
"Queremos hacer una carta fácil de compartir, fácil de disfrutar y que además sea muy fácil de entender", explicaba González, que no desdeña cucharear con los garbanzos y el bogavante o poner en danza al atún rojo, tratando la parpatana de atún como si fuera una carne —que no deja de serlo—, acompañada de una gravy de carne.
El estímulo persiste en un ambiente distendido que no rehúsa nunca a comer de maravilla y, sobre todo, a destapar un tarro de las esencias permitiendo capozatos de buen vino —en botella y por copas— sin dejarse fortunas. Abundando en las notas malagueñas —no solo dulces, ojo, como ya te explicamos al hablarte de la revolución del tinto andaluz—, Picador deja paso a vinos de Jerez, de Montilla-Moriles y a partir de ahí se expande al resto de España y al mundo con una carta completa, equilibrada y sorprendentemente barata para ser la Costa del Sol y un cinco estrellas.
El destino más gastronómico de Mijas
Bajo una remodelación que ha vestido de blancos las paredes de este cinco estrellas, La Zambra refulge en Mijas Golf, abrazado por decenas de hoyos que vibran en verde y que son una excusa más para dejarse caer por la encantadora Mijas, menos transitada y vapuleada que las cercanas Benalmádena, Estepona o Fuengirola —y sin hablar de Marbella—, lo cual hace que aún sea un reducto menos turístico y con más encanto.
Ese encanto lo ha sabido plasmar González con apuestas como Palmito, que ejerce durante las mañanas como el salón para restaurantes, pero que a mediodía y por la noche muta en el más gastronómico de los restaurantes. Parrilla mediante, especialmente para mimar a pescados locales como el pargo o la urta, y carnes maduradas —el tomahawk o el tbone son paradas obligadas— avalan que la brasa cante por soleares en Palmito.
Mientras tanto, La Zambra sigue marcando un son que se complementa con Bamboleo, a modo de bar y coctelería, donde de nuevo Andalucía y el producto local siguen el tempo del trago, y que se complementará a partir del verano con conceptos refrescantes de terraza y de pool bar para un disfrute comestible y bebible non stop.
Imágenes | La Zambra
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