A pesar de que hace ya tiempo que superé la edad escolar, sigo manteniendo la sensación de que el final del verano marca el inicio de un “nuevo curso”. La vuelta a la rutina tras el descanso veraniego trae la perspectiva de un año nuevo en el que podemos afrontar nuevos retos. En el caso de los hogares con niños esto se vuelve más evidente, y es que la vuelta al cole es una época ideal para plantear nuevos hábitos y conseguir metas. En la edad escolar la alimentación es fundamental, por eso os animo a compartir algunos consejos para que los niños coman de todo.
Es cierto que depende de la edad y de cada niño, pero seguro que todos hemos vivido casos de pequeños que rechazan sistemáticamente ciertos alimentos, y pueden convertir la hora de la comida en un rompecabezas para sus padres. Que un niño se niegue a comer no sólo puede crear situaciones conflictivas en casa sino que dificulta la ya compleja tarea de sus tutores de conseguir que mantenga una nutrición equilibrada y saludable. Pero con paciencia y algunas ideas podemos evitar las rabietas y discusiones.
Enseñarles a valorar los alimentos
Comprender y valorar qué y cómo se come es un paso básico para que el niño aprenda a alimentarse bien. La hora de ingerir alimentos no debe ser considerada una obligación rutinaria, hay que enseñarles a disfrutar de la comida, mostrarles que puede ser un placer porque además nos ayuda a estar sanos y con energías. Pero además puede ser muy positivo que comprendan el valor que tienen los alimentos.
Mis padres se criaron en pueblos y nuestras familias siempre han estado muy ligadas al mundo agrario, por lo que yo tuve la suerte de estar en contacto desde pequeña con el campo, el trabajo de la tierra y los animales. Con el ritmo de vida actual, sobre todo en las ciudades, es fácil que un niño crezca sin saber de dónde vienen los huevos de su tortilla o cómo llegó la manzana a estar envasada con una pegatina.
Enseñar a los pequeños de dónde provienen los alimentos y el trabajo que supone que ellos puedan comerlos, puede ser una experiencia muy positiva. A través de cuentos, ilustraciones, películas infantiles o incluso mediante una visita a un entorno rural, una granja escuela o un zoológico, los niños pueden aprender a ver con otros ojos la comida. Además, puede ser modo ideal para pasar un rato ameno en familia.
Involucrando a los niños en la cocina
Del mismo modo que es importante que aprendan de dónde viene lo que van a comer, considero muy recomendable que los niños también se involucren en la cocina. Que no se convierta en una costumbre el esperar que a una determinada hora la comida o la cena aparezca lista como por arte de magia, o que sólo sea trabajo de mamá o papá. Si les invitamos a que colaboren en la preparación de la comida, podemos despertar su interés temprano en la cocina y además lograr que acepten alimentos que quizá de otro modo podrían rechazar.
El grado de implicación depende de cada niño y de la preparación, pero no tiene que ser nada complicado que entrañe riesgos. Simplemente compartiendo el momento de cocinar con ellos, mostrándoles cómo se transforman los ingredientes, dejándoles que amasen, mezclen, baten y prueben, puede ser una gran experiencia para ellos. No tengamos miedo de que se manchen de harina o se ensucie el suelo de la cocina, aunque deben comprender que cocinar no es un juego, sí podemos enseñarles que puede ser algo divertido.
Evitar caer en la rutina
Sé que es complicado, pero los hábitos rutinarios pueden tener consecuencias negativas en la percepción de los alimentos por parte de los niños. No me refiero a las rutinas de horarios y costumbres a la hora de sentarse a la mesa, que sí son positivas, sino en la repetición constante de platos e ingredientes. Si nos descuidamos, es fácil caer en una rutina de menús que pueden terminar por aburrir e incluso, a la larga, provocar que los niños no admitan probar cosas nuevas en el futuro.
Recuerdo que cuando yo era pequeña había muchas verduras que rechazaba sin haberlas probado. Incluso había algunos platos que mis padres directamente preparaban para ellos, sin plantearse si a sus hijos les podría gustar. Hasta que un día empecé a probarlos y me dí cuenta de lo mucho que me había estado perdiendo. Todavía hay determinadas cosas que no me hacen mucha gracia, pero sí que empecé a interesarme por sabores nuevos.
Si un niño rechaza, por ejemplo, las judías verdes, es posible que realmente no le gusten. Pelearse semana tras semana por que las coma puede ser un esfuerzo contraproducente. Hay muchas más verduras que quizá le resulten más apetecibles, y también muchas maneras distintas de cocinarlas. Si los niños se acostumbran a ver una gran variedad de productos frescos a lo largo del año, se habituarán también a comer de todo.
Disimulando ingredientes conflictivos
Todos estos consejos se pueden ir al traste si el niño pasa por una fase especialmente conflictiva a la hora de aceptar ciertas comidas. Y es que en la infancia y adolescencia se tiende a desarrollar manías y a mostrar aversiones fuertes por alimentos clave en su nutrición, especialmente verduras, frutas y legumbres. Pero incluso en estos casos podemos disimular en cierta manera aquellos ingredientes que sean más conflictivos.
Si damos al niño la verdura sola, cocida o hervida, es fácil que la rechace. ¿Y si la integramos con otros ingredientes? No se trata de esconderla, sino de crear platos nuevos que le resulten más atractivos. Por ejemplo, preparar una saludable salsa con verduras y tomate para acompañar la pasta, en lugar de recurrir al demasiado extendido tomate frito, o añadir berenjena a las capas de la lasaña.
Incluir vegetales y legumbres en las mezclas de croquetas, tortillas, hamburguesas y albóndigas suele dar también buenos resultados, así como preparar juntos una pizza de verduras. Si se rechaza la fruta, se puede añadir a platos salados, en salsas, o preparar batidos y postres con ella. Incluso podemos jugar con la repostería y preparar bizcochos y galletas con zanahoria, calabaza o calabacín. Recordemos que los niños no toleran bien los sabores muy fuertes y suelen preferir las texturas crujientes y colores vivos, por lo que sólo nos queda jugar con la inspiración y probar recetas diferentes y atractivas.
En definitiva, se trata de construir unas bases sólidas de educación nutricional en los niños, una tarea constante, a veces difícil, pero a la larga, muy satisfactoria. Con paciencia, una actitud positiva y siendo los adultos los que prediquen con el ejemplo, los pequeños podrán adquirir hábitos alimentarios saludables que mantendrán durante toda su vida. Como en casi todo en esta vida, para comer bien, hay que aprender a hacerlo.
Imágenes | Pink Poppy Photography, USDAgov, Coqui the Chef kellyhogaboom, tslane888,
En Directo al Paladar | ¿Es correcto que te cobren por llevar tu propia comida al colegio?
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