Aunque, según datos de FAOSTAT, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, el consumo absoluto de alcohol apenas ha variado en el mundo en las últimas décadas, si lo han hecho enormemente los patrones de consumo.
Si nos centramos en España, hasta hace solo unas décadas la mayor parte del consumo tenía lugar en las comidas, la bebida más consumida (de largo) era el vino, y, durante el fin de semana, la embriaguez era la norma habitual para sólo un 2% de los varones y menos de un 1% de las mujeres.
Hoy el consumo en atracón (beber cinco o más copas seguidas) es la norma habitual. Cuando se bebe, se bebe. No cabe duda de que en España hemos importado la forma de consumo anglosajona, más proclive a las borracheras, y a ver el alcohol no como un acompañamiento a las comidas, sino como un fin en sí mismo. Pero hay un detalle que nadie tiene en cuenta, y podría estar llevándonos a beber más de lo que somos conscientes.
Un estudio elaborado por investigadores de la Universidad de Cambridge ha constatado que la capacidad de las copas de vino se ha multiplicado casi por siete en los últimos 300 años, y ha aumentado en las últimas dos décadas en línea con un aumento en el consumo de esta bebida en Reino Unido.
Como explica el estudio, las copas han aumentado de tamaño desde una capacidad promedio de 66 ml a principios de 1700 hasta 449 ml en la actualidad, un cambio que puede habernos empujado a beber mucho más de lo que es saludable.
Una copa al día es buena, pero ¿cuánto es una copa?
El estudio apunta a una controversia bien conocida entre los estudiosos del consumo de alcohol. Normalmente, a efectos técnicos, se considera que una la ración estándar de vino es de 150ml, y es esta medida la que se usa para elaborar los cientos de estudios que aseveran cosas como “una copa de vino todos los días es la mejor forma de prevenir la depresión” o “dos copas de vino al día reducen a la mitad el riesgo de mortalidad”.
El problema es que las copas que bebemos suelen tener mucho más que 150ml. En los bares es habitual servir copas que alcanzan los 200 ml y en los hogares ya no digamos. Según las circunstancias, el tipo de vino, y el tamaño del vaso, la ración puede llegar a triplicarse.
“El vino sin duda estará presente en nuestras felices noches de Navidad, pero cuando se trata de cuánto bebemos, el tamaño del vaso de vino probablemente sí importa”, asegura la profesora Theresa Marteau, directora de la Unidad de Investigación de Conducta y Salud de la Universidad de Cambridge, y autora principal del nuevo estudio, que ha sido publicado esta semana en The British Medical Journal.
Aunque las copas de vino no han dejado de crecer desde que empezaron a popularizarse en el siglo XVIII, ha sido en los últimos años cuando su tamaño se ha disparado, pasando de los 230 ml de media en el siglo XX a los 416 ml en la última década.
Cuando el tamaño sí importa
Los amantes del vino dirán, con razón, que las copas han aumentado de tamaño no para que bebamos más vino, sino para disfrutar más de su olor y su color. Y es cierto. Pero también lo es que en los recipientes más grandes acabamos vertiendo más cantidad de líquido y, lo que es peor, bebemos más rápido.
“Las personas tienen problemas para evaluar los volúmenes”, explicaba recientemente Laura Smarandescu, profesora de marketing en la Universidad Estatal de Iowa y coautora de un estudio sobre este mismo asunto publicado en la revista Substance Use and Misuse. “Tienden a prestar más atención a las medidas verticales que a las horizontales, es por esto por lo que la gente bebe menos cuando toma el vino en un vaso estrecho, porque creen que están bebiendo más”.
No son estos los únicos estudios que han explorado el efecto de los recipientes sobre la ingesta alcohólica. Otra investigación, esta vez publicada en la revista PLoS One, apuntó que las personas beben más rápido en vasos curvos que en vasos rectos. En este caso la investigación se centró en la cerveza, no en el vino, y llegó a la conclusión de que el tiempo de ingesta se ralentiza casi en un 60 % cuando las bebidas alcohólicas se presentan en vaso recto en vez de en copa.
¿A qué se debe este efecto? Los científicos creen que la rapidez con la que se bebe tiene mucho que ver con la percepción que tenemos sobre la cantidad de alcohol que queda en nuestro vaso. Los bebedores, de forma casi inconsciente, están pendientes de cuánto alcohol están ingiriendo, una tarea que se ve dificultada por las copas curvas, que hacen más difícil saber cuánta bebida queda, pues es casi imposible, por ejemplo, saber cuándo se alcanza la mitad del vaso.
Debido a estas evidencias, cada vez más expertos son partidarios de ser más rigurosos con las medidas de alcohol. Smarandescu por ejemplo propone usar la “regla del pulgar”, que consiste en llenar las copas solo hasta el tamaño de nuestro dedo gordo. Este pequeño gesto basta, asegura, para ser más conscientes de lo que bebemos y evitar los atracones.
Imágenes | Pixabay/Museo del Prado
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