Mi opinión de un buen banquete depende en gran medida del vino, y más si éste es de calidad y hay variedad. Nada peor que caer en la leyenda de que no es bueno mezclar vinos en las comidas: no es que sea bueno, es que es altamente recomendable.
Bueno, pues la pasada Nochebuena compré para los entrantes un vino de la Alsacia, ya saben, esa región que ha pasado varias veces de Alemania a Francia y viceversa en el siglo XX y que produce unos vinos blancos de calidad superior.
Existen distintas variedades de cepa en esta región que dan vinos (casi siempre monovarietales) con distintas características, y hoy nos vamos a parar en quizá la más reconocida de todas: Gewurztraminer.
En primer lugar destaca el color del vino, dorado y brillante. Es un vino afrutado cuya característica más relevante es su elegante recorrido y su aroma especiado y floral que le hacen ser un vino amplio y complejo.
A mí me resulta parecido al Alvariño, con la gran diferencia de que el gallego es más ácido y menos afrutado y tiene un color menos vivo, aunque no desmerece en absoluto en la comparación.
Esta cepa, la Gewuztraminer (cuya paternidad se disputan alemanes e italianos), se ha extendido y ya no sólo se producen vinos en Italia, Alemania o Austria, sino que se ha extendido por el Este de Europa (Hungría o Rumanía) o por países tan alejados como Chile con excelentes resultados.
En España entró a a través del Penedés y se ha afianzado sobre todo en Somontano, donde se hace algún curioso monovarietal como el Enate Gewurztraminer.
Vino de esta cepa podemos adquirir desde unos 18 euros en tiendas especializadas y supone en estas fechas una manera curiosa de sorprender a los invitados.
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