Soy un esteta empedernido, me pierden las cosas bonitas. Como este vídeo que hace que queramos volver a saber de dónde vienen las cosas, en esta sociedad en la que cada vez todo nos llega más procesado, desde la comida hasta la información.
Aunque el vídeo tira más por los derroteros de la información, es su comienzo lo que más me interesa. Y es que cada vez más nos alejamos del origen de los alimentos, tanto físicamente —con lentejas y espárragos que vienen más allá de los confines del mundo— como emocionalmente, hasta el punto de que se nos olvida que un huevo lo pone una gallina enjaulada de por vida.
En nuestro país, las cosas no han llegado excesivamente lejos. La mayoría de los niños saben más o menos que la leche viene de las vacas, y que en la paella se están comiendo ese adorable conejito con el que han estado jugando por la mañana, o viéndolo por la tele zanahoria en mano.
El problema es que, tal como avanza el asunto, es solo cuestión de tiempo que se escinda esa conexión mental entre lo que comemos, su origen, y la forma en la que ha llegado hasta nuestra nevera. Lo cual es muy preocupante, porque en otros países, especialmente los anglosajones, con Estados Unidos a la cabeza, no es poco habitual encontrarse niños que no sabrían asociar el bacon que desayunan con ningún animal de granja, aunque fuera el equivocado.
Con esto no quiero decir que debamos volver a matar pollos y conejos en casa, ni necesariamente a cultivar hortalizas en nuestro jardín —aunque eso no estaría mal—. Simplemente, que no perdamos esa relación con el mundo que nos hace preguntarnos de dónde vienen las cosas, siendo conscientes de lo que comemos, así como de las consecuencias que tienen nuestras decisiones y nuestro modo de vida.
Vídeo | Hardy Seiler en Vimeo
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