El Ministerio de Sanidad, con el beneplácito del Consejo Interterritorial (y la oposición del Gobierno de la Comunidad de Madrid), aprobó la semana pasada nuevas restricciones para contener la segunda ola de la pandemia.
Desde el pasado viernes, los municipios que sobrepasen una serie de indicadores de incidencia de la enfermedad y ocupación de hospitales (entre los que se encuentran ya varias ciudades de la Comunidad de Madrid, incluida la capital) tiene que aplicar las nuevas restricciones, que, de nuevo, afectan de lleno a la hostelería.
Los bares y restaurantes podrán estar abiertos hasta las 23:00 (excepto entrega de comida a domicilio), aunque no podrán admitir nuevos clientes desde las 22:00, no se podrá servir en barra y el aforo máximo será del cincuenta por ciento en espacios interiores y del sesenta por ciento en espacios exteriores.
Las medidas han sido fuertemente criticadas por las asociaciones de hosteleros. Según la asociación Hostelería Madrid, que aglutina a los empresarios de hostelería de la región más afectada por las nuevas restricciones, la limitación de aforos y horarios supondrán una reducción de la actividad del 75 %.
¿Y si cenamos a las ocho?
Durante estos días, son muchas las voces del sector que han pedido que, ante la reducción de horarios, la ciudadanía apoye a la hostelería reservando las cenas a las 20 horas, lo que permitiría cubrir el servicio con normalidad.
En España, cenar a las ocho de la tarde un fin de semana parece casi una extravagancia, pero es una hora de lo más normal en la mayoría de Europa, que ayudaría a racionalizar los perversos horarios españoles.
Porque, dejando a un lado el hecho de que más de la mitad de España está en un huso horario que no le corresponde, cenar a las 21 o las 22 horas es una de las piezas clave de un engranaje que va con retraso de lo que conviene a nuestro cuerpo y nuestras relaciones sociales.
Como explica Juan Antonio Madrid, catedrático de Fisiología y director del Laboratorio de Cronobiología de la Universidad de Murcia, todos los expertos en sueño y cronobiología coinciden en señalar que los españoles tenemos unos horarios muy retrasados, “especialmente en lo que se refiere al horario de la comida del mediodía, la cena y el inicio del sueño”.
Sin embargo, prosigue Madrid, comenzamos el día prácticamente como cualquier otro europeo: “No es que seamos en absoluto un país de perezosos. Al levantarnos a una hora normal temprana, pero retrasar los horarios de cena, se retrasa también el sueño”. Y cuando se cena tarde hay dos problemas asociados.
Un problema, explica Madrid, es metabólico: “El metabolismo de todo lo que estamos comiendo, especialmente de los hidratos de carbono, no es tan saludable como si lo ingiriésemos antes”. Además, apunta el catedrático, “si dormimos menos de seis horas aparece resistencia a la insulina y empezamos a tener problemas con los niveles de glucosa, que están más elevados de lo normal”.
El segundo problema, continúa Madrid, es que “hacemos la digestión cuando empezamos a dormir, y la calidad del sueño se ve alterada por la presencia de comida en el tracto digestivo”.
Ahora que se habla mucho del ayuno intermitente, es importante señar que, como apunta la experta en nutrición y seguridad alimentaria Beatriz Robles, la evidencia sobre el impacto de los horarios de las comidas en el riesgo de padecer obesidad es limitada. Pero sí es seguro que cenar antes es favorable para personas con reflujo o ardor de estómago. “Al separar la hora de la cena con la hora de irse a la cama, el vaciado gástrico es más completo, y no se notan tanto los síntomas”, asegura Robles.
Si cenas antes, te duermes antes
Pero las ventajas de adelantar la cena no se limitan a tener una buena digestión, quizás lo más importante es la importancia que tiene el momento en que realizamos la última comida del día en el sueño y, por ende, en el conjunto de nuestros horarios.
“La disminución de tiempo dedicado al sueño, de una forma mantenida en los días de la semana, causa bastantes problemas”, asegura Madrid. “Necesitamos dormir para mantener nuestro cerebro limpio de depósitos que generan toxicidad en las neuronas. Cuanto menos tiempo dedicamos al sueño peor funcionamiento cerebral tendremos al día siguiente”.
Además, este desfase en los horarios de sueño provoca otro fenómeno asociado, conocido como jet lag social. “Dormimos poco durante la semana, y nos levantamos temprano, pero los fines de semana tratamos de compensar durmiendo más, levantándonos más tarde y cambiando horarios, sobre todo desayunos”, explica Madrid. “Cuando estos horarios cambian más de dos horas entre los días libres y los de trabajo también se asocia a efectos metabólicos negativos, aparece mayor tendencia a trastornos depresivos, menos energía... Hay una serie de consecuencias en la salud debida a esa irregularidad, a ese intento erróneo de compensar el sueño perdido”.
Urgen medidas políticas
Todos estos problemas derivados del pésimo horario que tenemos los españoles son de sobra conocidos. Pero, pese a la insistencia de grupos como la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles, que lleva dando la matraca sobre la necesidad de adelantar nuestras agendas casi 20 años, lo cierto es que se ha avanzado muy poco en este sentido.
En 2015 (hace ya un lustro) la radiotelevisión pública se comprometió a que su prime time empezara antes de las 22:15, exactamente el mismo compromiso que no cumplió y ha vuelto a anunciar a bombo y platillo este comienzo de curso, para acabar echando MasterChef solo 10 minutos antes de lo habitual y mandar a la cama a los televidentes a la 1 de la mañana.
En 2013, el Congreso de los Diputados publicó un informe sobre “Racionalización de Horarios, la Conciliación de la Vida Personal, Familiar y Laboral y la Corresponsabilidad”, aprobado por unanimidad, que instaba a las autoridades a, entre otras cosas, aprobar una Ley de Conciliación y Corresponsabilidad, cambiar el huso horario para adelantar los relojes una hora, racionalizar los horarios laborales y apoyar un cambio de usos y costumbres cotidianos.
Nada de esto se ha logrado, y si la covid-19 nos obliga a estar en casa antes de lo acostumbrado, quizás sería un buen momento para aprovechar la inercia.
“Queremos vivir en un horario que no es el nuestro, y eso de entrada genera una tendencia a retrasar horarios, pero también tenemos hábitos muy arraigados, y no hay nada más difícil de cambiar que un hábito”, concluye Madrid. “Cambiar un hábito a nivel de sociedad va a costar mucho, a pesar de que a veces nos fijemos en Portugal o Italia, que tienen horarios diferentes, que almuerzan antes, comen y cenan mucho antes y no por eso dejan de ser países turísticos y atractivos”.
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