Tranquilas. Viendo la vida pasar. O esa es la teoría. Así viven millones de vacas a lo largo y ancho del planeta, bien como lecheras o como ganado de carne. Algunas, pocas en proporción, vive en un limbo más placentero, como sucede con las vacas sagradas en la India. Aunque, irónicamente, India es uno de los países con una cabaña bovina mayor, siendo lechera, principalmente.
Lo curioso es que, seguramente, las vacas no sean conscientes de que muchas veces se ponga su nombre sobre la mesa a la hora de hablar del cambio climático, del calentamiento global o de las emisiones de metano a la atmósfera. O, mejor dicho, quizá no sea su nombre lo que resulte relevante, sino sus gases intestinales.
Podemos intentar edulcorarlo con una nomenclatura más técnica, pero lo cierto es que las vacas –y sus pedos– contribuyen en buena manera a la emisión de metano a la atmósfera, el segundo gas que más contribuye a generar efecto invernadero.
Todo, como vemos, forma parte de un mismo círculo vicioso que apesta y ante el que las vacas son testigos silentes. Las vacas y quienes las criamos con distintos fines, siendo uno de los principales emisores de este gas a la atmósfera. Se estima que hay más de 930 millones de vacas sobre La Tierra y eso, suponiendo que cada vaca genera una media de 350 litros de metano diario, es mucho metano.
Porque las vacas no están solas. El resto de rumiantes también generan metano, incluyendo los que viven en estado salvaje, solo que su número aparte de más indeterminado, es mucho menos controlable que el del ganado doméstico. Aun así, ciervos, gamos, antílopes, ñúes, búfalos y todo rumiante viviente pone su fétido granito de arena. Razón por la que buscar pedos bajos en metano, importa.
Un enredo, pedos mediante, para el que un estudio parece haber puesto una solución o, cuanto menos, parte del remedio. Una investigación encabezada por la Universidad California Davis, en Estados Unidos, sostiene que hay una forma de conseguir pedos libres de metano. O, como poco, que generen un 40% menos de este gas. No es, además, la primera vez que se pone sobre la ecuación la importancia de modificar la dieta de los rumiantes para limitar estas emisiones.
El camino, según indican, está en alimentar a ganado vacuno de pastoreo –esto es importante en el estudio– con algas marinas, lo cual reduciría hasta un 40% de las emisiones habituales de metano para este tipo de ganado. ¿Por qué es relevante el matiz del pastoreo? Pues porque el estudio constata que, por sus hábitos de vida y alimentación, bajar las emisiones de metano para el ganado de pastoreo es más difícil que en el caso de las vacas lecheras o de engorde.
Se estima que el 14,5% del metano que el ser humano –y sus andanzas– generan al año son origen del ganado rumiante. Lo curioso de la ecuación, como indica la propia universidad, está en la singularidad que ofrece el ganado de pastoreo. El hecho de contar con hábitos de vida más saludables como comer hierba fresca, aumenta la cantidad de fibra que el animal ingiere y, por tanto, sus digestiones se ven reforzadas por un extra de gases y flatulencias.
Lo complicado de la ecuación, aunque los datos sean halagüeños, es cómo conseguir que pudiera alimentarse a ganados en extensivo con algas, lo cual supone una dificultad añadida para el manejo del animal. Además de, como resulta evidente, que habría que trasladar las algas hasta donde estén estos animales.
Imágenes | Paulo de Méo Filho / UC Davis - Wirestock en Freepik